Fiebre anti-reeleccionista
La Argentina es un país de extremos. Nuestra historia es pletórica en bandazos que nos hacen pasar de un extremo a otro sin escalas. Así, pasamos de ser privatistas a ultranza y no dejar en pie cuanta empresa pública hubiera, a reivindicar la existencia de empresas estatales en ciertos sectores; de ser un país con una tradición de enemistad o al menos de relaciones agridulces con los Estados Unidos a la pretensión algo delirante de tener sexo con el gran país del norte, como pretendía Guido Di Tella en los 90...Podría seguir pero creo que la idea ha quedado más que clara.
Lo mismo se ve ahora con el tema de las reelecciones. Que Rovira fuera derrotado fue un victoria importantísima desde el punto de vista institucional. Frenar el intento de esa suerte de émulo berreta de Gaspar Rodríguez de Francia aggiornado al siglo XXI fue muy importante, no sólo por el hecho de impedir un ultraje más a las instituciones, sino también por sus consecuencias en otras provincias, particularmente en el caso de Jujuy (como dije en otra ocasión, el caso de Solá es más discutible) donde Fellner pretendía casi lo mismo: convocar a una convención para que lo habilitara a un período más. Otro de los spill-overs positivos fue la decisión de Kirchner de finalmente optar por normalizar la situación de la Corte Suprema.
Ahora, de ahí, nuevamente hemos pegado el salto a los extremos. Como la reelección indefinida es mala y fue rechazada por los misioneros, ahora nuestros torpes políticos buscan montarse sobre la opinión pública y prohibir todas las reelecciones: de gobernador, de intendente, legisladores...
Me interesa particularmente el caso de los legisladores. Argentina se caracteriza por tener una baja tasa de reelección de legisladores. Ya sea por las trabas que deben enfrentar los legisladores que aspiran a un nuevo período dentro de sus propios partidos, o por el hecho de que la mayoría ve al Congreso como un mero lugar de paso, la tasa de reelección de legisladores es muy baja en nuestro país. Algunos juzgarán esto como positivo. En realidad no lo es. Seguro que hay tipos que ojalá nunca hubieran sido elegidos ni como legisladores, ni como concejales ni como nada. Pero más allá de eso, una baja tasa de reelección de legisladores conspira contra su profesionalización. Esto es que, como consecuencia del ejercicio de la función legislativa logren especializarse en ciertos temas y que de esta forma, cuando el Ejecutivo envíe un proyecto no estén perdido como perro en cancha de bochas.
Legisladores preparados redundan no solo en la calidad de la producción del Congreso, sino también en una mayor capacidad de control sobre el Ejecutivo, un aspecto en el que nuestra asamblea, por motivos varios que exceden la capacidad de nuestros representantes, hace agua notoriamente.
Lo mismo se ve ahora con el tema de las reelecciones. Que Rovira fuera derrotado fue un victoria importantísima desde el punto de vista institucional. Frenar el intento de esa suerte de émulo berreta de Gaspar Rodríguez de Francia aggiornado al siglo XXI fue muy importante, no sólo por el hecho de impedir un ultraje más a las instituciones, sino también por sus consecuencias en otras provincias, particularmente en el caso de Jujuy (como dije en otra ocasión, el caso de Solá es más discutible) donde Fellner pretendía casi lo mismo: convocar a una convención para que lo habilitara a un período más. Otro de los spill-overs positivos fue la decisión de Kirchner de finalmente optar por normalizar la situación de la Corte Suprema.
Ahora, de ahí, nuevamente hemos pegado el salto a los extremos. Como la reelección indefinida es mala y fue rechazada por los misioneros, ahora nuestros torpes políticos buscan montarse sobre la opinión pública y prohibir todas las reelecciones: de gobernador, de intendente, legisladores...
Me interesa particularmente el caso de los legisladores. Argentina se caracteriza por tener una baja tasa de reelección de legisladores. Ya sea por las trabas que deben enfrentar los legisladores que aspiran a un nuevo período dentro de sus propios partidos, o por el hecho de que la mayoría ve al Congreso como un mero lugar de paso, la tasa de reelección de legisladores es muy baja en nuestro país. Algunos juzgarán esto como positivo. En realidad no lo es. Seguro que hay tipos que ojalá nunca hubieran sido elegidos ni como legisladores, ni como concejales ni como nada. Pero más allá de eso, una baja tasa de reelección de legisladores conspira contra su profesionalización. Esto es que, como consecuencia del ejercicio de la función legislativa logren especializarse en ciertos temas y que de esta forma, cuando el Ejecutivo envíe un proyecto no estén perdido como perro en cancha de bochas.
Legisladores preparados redundan no solo en la calidad de la producción del Congreso, sino también en una mayor capacidad de control sobre el Ejecutivo, un aspecto en el que nuestra asamblea, por motivos varios que exceden la capacidad de nuestros representantes, hace agua notoriamente.
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