El retorno del populismo macroeconómico
Como en las tragedias griegas, el gobierno parece toparse con un destino que a toda costa dice querer evitar: el enfriamiento de la economía. Si tuviera lectores kirchneristas no dudo que me enrostrarían cifras sobre crecimiento, inflación, pobreza y desempleo para refutar mi argumento. Ahorrense el trabajo, sabemos que el INDEC está intervenido por la Secretaría de Comercio y que sus cifras son dudosamente creíbles dado que están groseramente manipuladas. En el caso de la inflación la manipulación ya roza el absurdo. Esto incide sobre el cálculo de la pobreza obviamente. Sobre el desempleo basta con saber que la EPH no se está realizando en forma adecuada y en cuanto a crecimiento las últimas cifras fueron ya poco creíbles.
Pero no es este el tema del que pretendo ocuparme hoy. Da toda la impresión de que la Argentina ha ingresado en un ciclo de populismo macroeconómico. De vuelta, no estoy diciendo que Kirchner o su mujer sean populistas. El populismo es un concepto fuertemetne disputado y polémico en ciencias sociales. Refiere principalmente a un fenómeno político. Sin embargo, hace ya algunos años Dornbusch y Edwards acuñaron la expresión "populismo macroeconómico" para referirse a un tipo particular de política económica. Y hago esta aclaración porque un líder político puede no ser populista (en la acepción política del término) pero aplicar una política económica populista.
El populismo macroeconómico se refiere a una política económica que enfatiza el crecimiento y la redistribución (fines loables por cierto) dejando de lado un manejo prudente de las variables macroeconómicas. Normalmente involucra políticas fiscales, monetarias y de ingresos expansivas que priorizan el crecimiento y la redistribución a cualquier precio. Lógicamente estas políticas terminan conspirando contra los mismos fines que buscan servir.
Dornbusch y Edwards señalan que el populismo macroeconómico suele aparecer en países donde hay fuertes presiones a favor de la redistribución del ingreso y en momentos de parálisis o recesión. En cuanto a lo primero, la Argentina entra en el molde. Respecto de lo segundo no tanto.
A opinión de Zabalita, el populismo macroeconómico comienza en la Argentina alrededor de 2005. Hasta entonces la economía venía creciendo en forma sostenida mediante un crecimiento de la inversión y una mayor utilización de la capacidad instalada. La política monetaria era ligeramente neutral (aunque ya desde 2004 había abandonado el esquema de metas de inflación que buscaba instalar Alfonso Prat Gay)o moderadamente expansiva y la política fiscal era prudente. Sin embargo luego de la salida de Prat Gay (2004) y Lavagna (2005), claramente Néstor Kirchner pasó a ser el responsable de la política monetaria y fiscal que comenzaron a ser francamente expansivas. Desde el BCRA se podrá contra argumentar que el M2 crece a un ritmo menor que el PBI nominal, pero el argumento es falaz: las tasas de interés son negativas y muchas veces el programa monetario se cumple haciendo uso de medidas cosméticas. En cuanto a la política fiscal, la Argentina tiene superávit primario y financiero. No está en duda eso. Pero el ritmo de crecimiento del gasto es muy superior al del crecimiento del PBI nominal.
Dornusch y Edwards muestran que hay un ciclo en el populismo macroeconómico que comienza por una fase expansiva, es decir, una fase en la que las políticas fiscales, monetarias y de ingresos estimulan el crecimiento, principalmente a través del aumento del gasto y del consumo (crédito barato y aumentos de ingresos fogonean este crecimiento). Sin embargo una vez que se agota la capacidad ociosa en las empresas, se registra un aumento de la inflación y un déficit en la balanza comercial.
Acá es interesante destacar una diferencia. Típicamente el populismo macroeconómico se dio en un contexto de economías cerradas en las cuales un tipo de cambio regulado y normalmente sobrevaluado estimulaba el poder de compra de los salarios. La Argentina no tiene hoy déficit en la balanza comercial sino todo lo contrario (merced a los buenos precios de nuestras exportaciones) y el gobierno ha hecho importantes esfuerzos para evitar una apreciación cambiaria. ¿Por qué? En un contexto de economía abierta la apreciación cambiaria tornaría no competitivos a sectores que compiten contra las importaciones (como ocurrió durante la convertibilidad) y generaría desempleo. Por eso, aunque un tipo de cambio depreciado implica salarios reales bajos, este sería el costo a pagar por el actual modelo para mantener un nivel de desempleo bajo. Aparte de ello, un tipo de cambio sobrevaluado afectaría la capacidad del gobierno de apropiarse una parte de la renta exportadora por vía de las retenciones, y ello afectaría su capacidad de mantener el curso de la actual política fiscal expansiva.
Retomando el hilo del argumento, ante la inflación el populismo macroeconómico apela a mantener las políticas expansivas y contener el aumento de precios via subsidios (como los existentes en transporte y energía) y controles de precios. Medidas que la historia muestra que tienen una efectivadad limitada en el tiempo.
La última fase del ciclo es poco feliz: un plan de estabilización, la profecía cumplida. La inflación lleva a una caída de la inversión y a una retracción del consumo. La inflación por otro lado corroe la competitividad del sector exportador. Finalmente los precios subsidiados, que entrañan un alto costo fiscal para el gobierno, deben dejar de subsidiarse (lease aumento en el precio de las tarifas y la energía).
Esto no necesariamente debe ocurrir. Puede tranquilamente evitarse. A diferencia de la convertibilidad cuyo partido tenía un resultado definido mucho antes de diciembre de 2001, mucho se puede hacer para evitar una crisis absolutamente innecesaria. No tiene sentido seguir disimulando lo que ya todos saben: la Argentina tiene un problema inflacionario serio y es necesario atacarlo con políticas fiscales y monetarias consistentes.
Aterrizaje suave o forzoso parece ser el nombre del juego. Si lo dejamos en manos del mercado y el paso del tiempo el resultado es fácil de predecir.
Pero no es este el tema del que pretendo ocuparme hoy. Da toda la impresión de que la Argentina ha ingresado en un ciclo de populismo macroeconómico. De vuelta, no estoy diciendo que Kirchner o su mujer sean populistas. El populismo es un concepto fuertemetne disputado y polémico en ciencias sociales. Refiere principalmente a un fenómeno político. Sin embargo, hace ya algunos años Dornbusch y Edwards acuñaron la expresión "populismo macroeconómico" para referirse a un tipo particular de política económica. Y hago esta aclaración porque un líder político puede no ser populista (en la acepción política del término) pero aplicar una política económica populista.
El populismo macroeconómico se refiere a una política económica que enfatiza el crecimiento y la redistribución (fines loables por cierto) dejando de lado un manejo prudente de las variables macroeconómicas. Normalmente involucra políticas fiscales, monetarias y de ingresos expansivas que priorizan el crecimiento y la redistribución a cualquier precio. Lógicamente estas políticas terminan conspirando contra los mismos fines que buscan servir.
Dornbusch y Edwards señalan que el populismo macroeconómico suele aparecer en países donde hay fuertes presiones a favor de la redistribución del ingreso y en momentos de parálisis o recesión. En cuanto a lo primero, la Argentina entra en el molde. Respecto de lo segundo no tanto.
A opinión de Zabalita, el populismo macroeconómico comienza en la Argentina alrededor de 2005. Hasta entonces la economía venía creciendo en forma sostenida mediante un crecimiento de la inversión y una mayor utilización de la capacidad instalada. La política monetaria era ligeramente neutral (aunque ya desde 2004 había abandonado el esquema de metas de inflación que buscaba instalar Alfonso Prat Gay)o moderadamente expansiva y la política fiscal era prudente. Sin embargo luego de la salida de Prat Gay (2004) y Lavagna (2005), claramente Néstor Kirchner pasó a ser el responsable de la política monetaria y fiscal que comenzaron a ser francamente expansivas. Desde el BCRA se podrá contra argumentar que el M2 crece a un ritmo menor que el PBI nominal, pero el argumento es falaz: las tasas de interés son negativas y muchas veces el programa monetario se cumple haciendo uso de medidas cosméticas. En cuanto a la política fiscal, la Argentina tiene superávit primario y financiero. No está en duda eso. Pero el ritmo de crecimiento del gasto es muy superior al del crecimiento del PBI nominal.
Dornusch y Edwards muestran que hay un ciclo en el populismo macroeconómico que comienza por una fase expansiva, es decir, una fase en la que las políticas fiscales, monetarias y de ingresos estimulan el crecimiento, principalmente a través del aumento del gasto y del consumo (crédito barato y aumentos de ingresos fogonean este crecimiento). Sin embargo una vez que se agota la capacidad ociosa en las empresas, se registra un aumento de la inflación y un déficit en la balanza comercial.
Acá es interesante destacar una diferencia. Típicamente el populismo macroeconómico se dio en un contexto de economías cerradas en las cuales un tipo de cambio regulado y normalmente sobrevaluado estimulaba el poder de compra de los salarios. La Argentina no tiene hoy déficit en la balanza comercial sino todo lo contrario (merced a los buenos precios de nuestras exportaciones) y el gobierno ha hecho importantes esfuerzos para evitar una apreciación cambiaria. ¿Por qué? En un contexto de economía abierta la apreciación cambiaria tornaría no competitivos a sectores que compiten contra las importaciones (como ocurrió durante la convertibilidad) y generaría desempleo. Por eso, aunque un tipo de cambio depreciado implica salarios reales bajos, este sería el costo a pagar por el actual modelo para mantener un nivel de desempleo bajo. Aparte de ello, un tipo de cambio sobrevaluado afectaría la capacidad del gobierno de apropiarse una parte de la renta exportadora por vía de las retenciones, y ello afectaría su capacidad de mantener el curso de la actual política fiscal expansiva.
Retomando el hilo del argumento, ante la inflación el populismo macroeconómico apela a mantener las políticas expansivas y contener el aumento de precios via subsidios (como los existentes en transporte y energía) y controles de precios. Medidas que la historia muestra que tienen una efectivadad limitada en el tiempo.
La última fase del ciclo es poco feliz: un plan de estabilización, la profecía cumplida. La inflación lleva a una caída de la inversión y a una retracción del consumo. La inflación por otro lado corroe la competitividad del sector exportador. Finalmente los precios subsidiados, que entrañan un alto costo fiscal para el gobierno, deben dejar de subsidiarse (lease aumento en el precio de las tarifas y la energía).
Esto no necesariamente debe ocurrir. Puede tranquilamente evitarse. A diferencia de la convertibilidad cuyo partido tenía un resultado definido mucho antes de diciembre de 2001, mucho se puede hacer para evitar una crisis absolutamente innecesaria. No tiene sentido seguir disimulando lo que ya todos saben: la Argentina tiene un problema inflacionario serio y es necesario atacarlo con políticas fiscales y monetarias consistentes.
Aterrizaje suave o forzoso parece ser el nombre del juego. Si lo dejamos en manos del mercado y el paso del tiempo el resultado es fácil de predecir.
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